Alejandro Nieto es una persona muy conocida y relevante en el ámbito del Derecho público. El mejor exponente de su generación y que alumbró de forma muy personal algunas de las mejores páginas del Derecho adminstrativo español. Sus trabajos ya han sido reseñados en este blog, concretamente aquí y aquí.

El mundo visto a los 90 años es un trabajo muy especial, poco catalogable. No es un libro de Derecho a pesar de que está presente en todas sus páginas. No es un libro de historia, por coger el ámbito del conocimiento al que ha dedicado los últimos años, a pesar de que la historia de los últimos 92 años pasa por sus páginas. Ni tampoco es un trabajo de ciencia de la administración, como tiene otros, a pesar de que la organización del desgobierno sea una constante a lo largo de sus páginas. Tampoco es un ejercicio de erudición a pesar de que se vea lo mucho que ha leído y escrito en una prosa muy buena, como todas las suyas. 

Y por ello, por la filosofía que se encuentra en su interior, merece la pena leerse, con cuidado. Porque es un libro sobre la vida en sociedad; aunque no espere que se un libro de memorias en los que narre los acontecimientos que le han ido pasando y su visión sobre ellos.

Es un libro, por ello, diferente. De la visión crítica de un hombre que ha superado los 90 años y que la proyecta a los elementos tos básicos de este periodo. Por ello, como dice en algún momento, no es un libro de lo visto sino de lo percibido. Y Nieto es un gran observador, curioso, muy curioso y analítico. Y un libro del que se puede aprender, mucho, en el sentido de la entrevista reciente en ABC: «No hagáis caso a los viejos, pero escuchadles»

En esta exposición de lo percibido, los que hemos estado cerca de Alejandro Nieto reconocemos mucho de lo que nos ha contado alrededor de una mesa o en las sesiones del seminario de los lunes que lleva impulsando más de veinte años y en donde sigue mostrando todo su ingenio y sentido crítico, como ocurrió con mi ponencia del otro día sobre la reforma laboral en el sector público. Obviamente, no me cogió de nuevas. Es, desde este punto de vista, un libro crítico, muy crítico, e inconformista, a pesar del reconocimiento de cuál es la trayectoria vital cuando se tiene su edad. 

Cuando, desde los 90 años de vida, se vuelve la vista atrás, se aprecia la evolución de un país, de una sociedad y de uno mismo, en todos los campos de la vida. Y aquí entra el choque que presenta Nieto en su trabajo, huyendo de lugares comunes. Nieto gusta de las matizaciones, de los análisis que no dejan puntada sin hilo (como ocurre con lo que dice sobre el impacto de la dictadura de Primo de Rivera en su pueblo) o cuestionando la historia oficial, como ha hecho en tantas ocasiones, como en su exposición de los sucesos de Palacio de 1843. Pero el inconformismo ha sido una de las características de su trayectoria, un aspecto que nos ha querido inculcar a sus discípulos.

El libro es Nieto en estado puro. Posiblemente lo que más caracteriza esta afirmación es su responsabilidad vital, por la vida. Ese hedonismo de la cosa sencilla, del disfrutar escribiendo que dejaba de ser un “trabajo”, del paseo por el Cerrato o de la sobremesa hablando de lo divino y lo humano. Es esa responsabilidad vital la que tiene con sus amigos -como con aquel club de dementes seniles que se reunía los domingos durante los 80 en su casa-; o al disfrute de piragua, bicicleta y la aventuras a la búsqueda de la leña.

Y, en este sentido, es especialmente esclarecedor el último capítulo, el del contraste entre la sencillez del hombre castellano frente a la complejidad del hombre masa, tan típico de la sociedad contemporánea. Y dentro de este capítulo, el ocio y el pelo de la dehesa; que tantos se debieran olvidar en un doble sentido, el del que se siente provinciano y el del que tiene ínfulas de conquistador.