Por un Populismo de izquierda, de Chantal Mouffe.

El populismo es un elemento fundamental para entender la política europea en la actualidad; aunque tenga antecedentes anteriores, como el caso de Margaret Thacher en el Reino Unido. Es una forma de hacer política que reivindica al pueblo, a la patria y se nutre de otras ideologías. De derechas o de izquierdas, los encontramos en prácticamente todos los países europeos y con un peso creciente en la escena política. UKIP, Alternative für Deutschland, Front National, Syryza, Podemos, Amanecer Dorado o VOX son partidos populistas. Tanto que los partidos tradicionales los han colocado en el centro de su crítica con el fin de limitar su crecimiento.

Crítica que se suele complementar con un desprecio, por considerarlo carentes de ideología y de soluciones, algo que el planteamiento que hace Mouffe sirve, entre otros muchos, para desautorizar la crítica, que tiene un componente de prejuicio, ya que es vacía de contenido. En mi opinión, el núcleo común del populismo se debe situar en otro lado, en la forma de hacer política. Esto es, los partidos populistas tendrán un poso ideológico determinado al que añaden una determinada forma de ser actores políticos. De hecho, se podría decir que en el norte de Europa son mayoritariamente de derechas y en el sur de izquierda. 

El origen del auge de los partidos populistas se debe situar en mi opinión en la respuesta que se proporciona desde las instituciones y los partidos políticos tradicionales a la crisis económica de 2008. La falta de empatía con la ciudadanía, el alejamiento de sus problemas, el desprecio a su voluntad manifestado en los cambios de Gobierno de Italia o Grecia; son el detonante mayor para el desarrollo de estos partidos. Un detonante en el que ha servido también como elemento aglutinador la corrupción, la desigual gestión de los tributos y el peso absoluto de los criterios economicistas de la estabilidad presupuestaria. Ha habido, en consecuencia, una mala gestión política que ha ayudado al desarrollo del populismo político.

Tanto es así, que el populismo se presenta como superador del conflicto tradicional entre derecha e izquierda. En efecto, se quiere sustituir por el debate entre los de arriba y los de abajo; o dicho de otro modo, entre la élite que no ha salido mal parada de la crisis y el pueblo que ha padecido la socialización de sus consecuencias a través de más paro y menos derechos sociales y una publificación de la deuda bancaria.

El conflicto élite-pueblo constituye un elemento central en el populismo. Thatcher recurrió a él para dinamitar el consenso posterior a la Segunda Guerra Mundial y articular su modelo populista neoliberal de derechas en el Reino Unido. Es el mismo que se plantea por el populismo de izquierda, ya sea europeo o latinoamericano.

Este conflicto se plantea en el populismo a través de un doble elemento: por un lado, los problemas graves de ética pública que han aflorado, que van de los paraísos fiscales a los cobros en metálico, pasando por cualquier otro tipo de enriquecimiento indebido. Pero al mismo tiempo, la tecnocracia, la incapacidad de arbitrar una solución política alternativa al pensamiento único que se basaba en recortes de derechos servía de elemento para aglutinar.

Por ello, se reivindica la democracia directa; sustituyendo a la representativa, aunque como señala Mouffe en su libro, las instituciones de la democracia representativa siguen siendo válidas, aunque haga falta acompañarlas de un mayor componente democrático en la gestión pública.

Un planteamiento que no deja de tener puntos positivos -como el mayor uso de la participación ciudadana en asuntos de especial importancia- y negativa -si esto no se realiza de forma adecuada, con suficiente información sobre cuál es el objeto de la consulta y las consecuencias de la decisión, tal como ocurrió en la decisión del Reino Unido sobre el Brexit. Su llamamiento a una mayor democratización acostumbra a caer en el problema de que importa más el hito de recurrir a una pregunta popular que la respuesta, ya que dado que aquella no es concreta, esta plantea problemas. Es el caso paradigmático del referéndum griego antes del último rescate, en el verano de 2015 cuya pregunta era manifiestamente mejorable.

Ahora bien, esto no resulta suficiente.

Lo que hace diferente a los movimientos populistas, en los que coinciden todos ellos es en lo que respecta al cómo se plantea el debate político.

El debate pretende la creación de un “pueblo” como sujeto de la política que se quiere realizar, con lo que entronca el modo de hacer política populista con la idea gramsciana de la hegemonía, tal querida por algunos dirigentes como Iñigo Errejón. Para ello, el debate es impreciso y fluctuante. El discurso se realiza de forma sencilla oponiendo el yo -el pueblo- frente al ellos -la casta-; planteando los interrogantes de forma sencilla, con emotividad, llegando al corazón, y en donde la pregunta no admita matices. Son las ideas que están en el libro de Oliver Jones Establishment.

Pero aunque haya unidad de planteamiento, las consecuencias son diferentes. Parten todos los partidos populistas de la reivindicación de la patria.La diferencia esencial, que al mismo tiempo es un criterio que impide una convergencia absoluta en el análisis de  los partidos populistas afecta a los objetivos generales de su política: en unos casos podemos hablar de partidos populistas de derechas (que son excluyentes) y en otros de izquierda (que son incluyentes). Inclusión/exclusión que se manifiesta en dos ámbitos: redistribución de la renta y tratamiento al diferente; ya sea este distinto por razón de raza o de religión.

En el caso del Frente Nacional francés, o de VOX y los demás populismos de derechas, la patria tiene un valor excluyente del diferente y especialmente del extranjero. Un valor que se conecta en ocasiones con la idea de raza y usualmente con los valores de la religión cristiana.  Sirve, de este modo, para poner a todo lo vinculado a la religión musulmana como enemigo. Es el modelo que ha tenido la alt-right, la derecha alternativa que ha aupado a Trump a la Presidencia de los Estados Unidos. Y aquí aparece otro elemento distintivo: el populismo de derechas acostumbra a tener un barniz autoritario que deriva precisamente de la exclusión del que no piensa como ellos.

En el caso de la izquierda, la patria (concepto que en España estaba vinculado al pensamiento franquista y al que la izquierda populista pretende proporcionar otro valor) se vincula a la gente, de tal manera que lo que se pretende es la redistribución de la riqueza para lograr una sociedad más equitativa. Y al mismo tiempo, para sustentar esta labor redistributiva, se realiza una reivindicación de las instituciones, frente a la anarquía de la globalización neoliberal que ha favorecido las acciones contra todos los Estados.

Es en este contexto en el que se ha de situar el libro de Chantal Mouffe, como una reivindicación de la política de izquierda desde la acción política populista. Tanto es así que afirma que “el desafío que debe resolver una estrategia populista de izquierda consiste en reafirmar la importancia de la cuestión social teniendo en cuenta la diversidad creciente de la clase obrera, prestando atención a las especificidades de las diversas demandas democráticas. Ello exige construir un pueblo alrededor de un proyecto que ataque las diversas formas de subordinación y proporcione respuesta a los problemas vinculados a la explotación, la dominación o la discriminación. Debe prestarse una atención especial a una cuestión que tiene cada vez más importancia en los últimos treinta años y que nos ha colocado hoy en una situación de emergencia especial: el futuro del planeta”.

Por ello, no consiste sólo en una superación del estado actual de la política desde la perspectiva de la democracia sino la superación de las situaciones de desigualdad. Algo que el populismo de derechas jamás reivindicará ya que adopta los modelos neoliberales que puso de moda Thatcher en el Reino Unido, ese modelo que generalizó el “capitalismo popular” y que dio lugar a la mayor fuente de desigualdad por el peso de los mercados financieros que se generaron gracias a la desregulación.