La historia de Aurora Rodríguez Carballeira es atrayente. Como alguno posiblemente recuerde, es la madre de Hildegart, la joven líder socialista primero y republicana después, atractiva física y mentalmente, asesinada por su madre porque no estaba cumpliendo el designio de cambiar el mundo. Hildegart era una mujer superdotada, cuya vida había sido dirigida por su madre y que, cuando llega a los 18 años decide vivirla a su modo. Una historia de la España republicana que, al comenzar la novela La madre de Frankenstein de Almudena Grandes me trajo a la mente la imagen de Carmen Roldán (la actriz que interpretó a Hildegart) asesinada de tres tiros en la cabeza y uno en el corazón mientras dormía en su cama, en “Mi hija Hildegart”, la película dirigida por Fernando Fernán Gómez y que ví en mi juventud.

No crea el lector de este post que he hecho algún tipo de anticipo del contenido. El asesinato de Hildegart  en 1933y el juicio a su madre parricida se es el momento en que comienza una novela que en realidad son tres: la historia que cuentan, desde el manicomio de mujeres de Ciempozuelos, la propia Amparo, el psiquiatra Germán Velázquez y Maria Castejón la joven enfermera que está vinculada a Amparo desde la infancia.

Tres historias en una. Tres historias de tres experiencias vitales intensas. La del exilio republicano del médico, la de la dominación y explotación de la enfermera en su periplo por las casas en las que servía y la de la locura de Aurora queriendo cambiar el mundo. Tres historias que se articulan sobre el tratamiento con clorpromazina contra la esquizofrenia y su prohibición durante el franquismo. Tres historias de amor. Tres historias que conviven con otras acciones secundarias de exilios, matrimonios frustrados, intransigencia religiosa y conflictos culturales.

Pero al mismo tiempo, como en todas las novelas que componen la serie de Episodios de de una guerra interminable, es una novela sobre las miserias y de la opresión del franquismo en acción. Las luchas entre Vallejo Nájera (dispuesto a curar la homosexualidad con lobotomías) y López Ibor por dominar la psiquiatría española de los años cincuenta en donde el paciente no era el elemento central sino la difusión de la ideología del nacionalcatolicismo. El papel opresivo del Opus Dei y, en general, de las órdenes religiosas que intervenían radicalmente la vida de las personas, que no dudan en recurrir al chantaje para conseguir sus objetivos. El obispo de Madrid-Alcalá y patriarca de las Indias Occidentales, Leopoldo Eijo Garay y los cursos de formación. Una historia en la que aparecen los robos de bebés para darlos a las familias ricas que no pueden gestarlos. Una historia del horror que supuso el franquismo para la vida de los españoles entre 1939 y 1975.

Por contraste con Los pacientes del Doctor García, es una novela más intimista y con una acción menos espectacular. La minuciosa descripción de la vida en un manicomio, de la vida cotidiana de los protagonistas fuera de él, cuenta mucho. Y es una novela de homenaje, al PCE (como lo único que funcionaba en la España franquista y que es la vía de escape para muchos), y a dos personas extranjeras: Dickson, el capitán del Stanbrook, que salió sobrecargado del puerto de Alicante de tantos republicanos como le resultó posible el 28 de marzo de 1939, o Norman Bethune, el médico canadiense, testigo de la masacre que perpetró el ejercito franquista en la carretera entre Málaga y Almeria el 8 de febrero de 1937.

Una novela intensa, que deja un poso de tristeza y, al mismo tiempo, de vitalidad, de las ganas de vivir de los tres personajes sobre los que se vertebra la novela. Una novela, en definitiva, para ser leída.

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