Un retratista afamado es abandonado por su mujer. Inicia en ese momento un viaje sin rumbo que le lleva a habitar en su viejo vehículo durante más de un año. Gracias a la generosidad de un amigo se instala en la antigua residencia de un conocidísimo pintor japonés, Amada, que tiene una trayectoria vital peculiar, sobre todo en la Austria ocupada por los nazis. Desde el momento en que llega a esta nueva residencia y, sobre todo, cuando le hacen el primer encargo de un retrato que acepta, su vida cambia radicalmente.
Dos retratos, unas pesadillas nocturnas, dos amantes y un encargo realizado por un personaje con una trayectoria peculiar, son las claves de la nueva vida. Una vida que es intensa, que está narrada de forma seductora por Murakami de tal manera que el lector se encuentra abducido dentro de la obra. Una vida en donde uno de los personajes centrales es más idea que realidad; una idea que convive entre detalladas descripciones de espacios, tiempos, situaciones y personas. Y, sobre todo, un cuadro que da nombre a la novela, La muerte del comendador, que nos lleva a la opera Don Juan de Mozart.
Y, cosas de las editoriales, en un momento dado, cuando debería comenzar la segunda parte de la obra nos encontramos con el final del libro. Un problema que no es único de nuestro país pero que nos diferencia de lo ocurrido en el mundo anglosajón, en donde la obra ha aparecido en su integridad. Dicho de otro modo, lo que hoy puede el lector tener en sus manos es sólo la primera de las dos parte de la obra. Para la segunda habrá que esperar al mes de enero.
Posiblemente sea un punto de inflexión en su obra, en la medida en que es más contenido que en trabajos anteriores. En todo caso, pese a este último aspecto, pese a su marcado carácter comercial que le aproxima a los best selles, pese a los abusos de ciertas figuras presentes en otros libros. el libro merece su lectura. Porque entre otras cosas, la literatura sirve para pasar un buen rato pasando las hojas del libro. Algo que Murakami consigue sin discusión.