Dos libros en uno. Uno de experiencia personal, otro de novela negra. Dos acciones que transcurren en momentos temporalmente muy distintos y que acaban entrecruzándose cuando se produce un asesinato brutal en Formentera. La víctima, que pasaba unos días en Ibiza, es un antiguo militante de ETA, homosexual, que es matado a palos mientras estaba desnudo en una playa.
La homosexualidad de la víctima abre una línea de investigación que culmina aparentemente con éxito. Una línea en donde el ambiente nocturno de Ibiza, la transformación de los investigadores para aparentar que son homosexuales, las relaciones con el personal de locales y hoteles juega un papel preponderante. Un cuadro ilustrado con una imagen inusual de la isla, con poca gente ya que se desarrolla en un ambiente otoñal.
Pero no es una víctima cualquiera, es un antiguo militante de ETA que ha pasado muchos años en las cárceles francesas y españolas por su participación en la actividad terrorista. La historia de ETA, la relación de Bevilacqua con la madre de la víctima abren el cajón de su historia personal y los recuerdos de los años duros de plomo, cuando estaba destinado en el cuartel de Intxaurrondo y formaba parte de los comandos para la desarticulación de la banda. Una historia que Chamorro desconoce y que ha encontrado el momento de ser compartida. Una historia que nos lleva al error de Rubén y cómo fue una oportunidad para encontrar un camino distinto dentro de la Guardia Civil.
Como se puede ver, son mimbres adecuados para componer una novela interesante.
Es lo que ha hecho Lorenzo Silva. Una novela que engancha, en donde su pareja habitual de guardias civiles se tienen que abrir entre ellos y donde las heridas nunca cerradas del todo del terrorismo etarra (no hay más que ver cómo sigue figurando en el argumentario de PP o VOX) componen unos ingredientes llamativos que nos permiten adentrarnos en el valor de la amistad o en las dificultades que aún hoy siguen experimentando los miembros del colectivo LGTBI. Y en donde las relaciones de jerarquía se entremezclan co los afectos personales.
Silva es eficaz en la articulación de un crimen. Sus conocimientos jurídicos hacen que sus opiniones sobre lo que ocurre en los tribunales no resulten descontextualizadas. Posiblemente sea interesante comparar como en otros autores de novela negra (Nesbø, o Vázquez Montalbán o Camilleri, por citar algunos, aunque el comentario es extensivo a casi todos) el derecho no está presente, a diferencia de lo que ocurre aquí. Es un elemento diferenciador de Silva, al igual que se diferencia de Camilleri o Montalbán o Markaris en la presencia de la gastronomía en sus novelas, casi ausente.
Sus buenas relaciones con la Guardia Civil y con los guardias civiles nos permite acceder a lo que ocurre en el momento en el que un crimen se ha cometido y una unidad de élite del cuerpo realiza una investigación. Si hacemos caso a lo que se podía leer en los medios de comunicación de la época, posiblemente la versión que plasma aquí de Intxaurrondo resulta dulcificada con respecto a lo que ocurrió en los años de máximo apogeo del terrorismo. Fuera de este punto, la descripción de los personajes es tan ajustada como la que puede ser de una maestra explicando los caracteres de un patio de recreo.
Como puede verse de las líneas anteriores, la novela me ha gustado, como, en general, las de la serie de Bevilacqua y Chamorro, una pareja que ha envejecido extraordinariamente bien. Incluso en los casos, como éste, en donde los avatares de la vida policial y el esclarecimiento del crimen obligan a que estén temporalmente separados.