El diario Cinco Días publicó en 2022 la noticia de que las Universidades privadas han incrementado el número de estudiantes en los estudios de Máster frente a la Universidad pública, de tal manera que hoy disponen de un 44% frente al 30% que tenían en el curso 2013/14. Un aumento de estudiantes que es especialmente significativa en ciencias sociales y jurídicas, lo que no deja de resultar esclarecedor.

El 27 de junio de 2024, el diario El Confidencial publicó un artículo sobre las enseñanzas jurídicas y la formación de los abogados, que iban en la misma dirección, de caída de las Universidades públicas frente a las privadas en titulaciones de grado de los abogados de los grandes despachos, y, especialmente de titulaciones de Máster. El prestigio histórico de algunas de las públicas no se compadece con la situación actual en el mercado de trabajo.

Más allá de felicitar a la Universidad privada por el ascenso, como profesor de Universidad pública cabe preguntarse ¿qué se está haciendo mal? Porque resulta llamativo que, frente a la supremacía en el grado y, sobre todo, en el doctorado en donde la Universidad privada empieza a mostrar mucho empeño en ciertas titulaciones, es en el Máster es donde encuentra su problema la Universidad pública. En el título que con más fuerza incide en la empleabilidad del egresado. El primero, el grado, suele ser un presupuesto de empleabilidad, el segundo no tiene tanta virtualidad en el mercado de trabajo.

¿Es este problema una preocupación en la Universidad pública? Tengo la triste sensación de que no es una cuestión que preocupe en exceso. De hecho, dudo mucho que sea tema de las tertulias del café de estos días en las Facultades de derecho. No sé si la causa será el mismo ensimismamiento que ha hecho que hayamos ido perdiendo protagonismo social, tanto que llegué a afirmar que el profesorado universitario no tiene quien le lea.

Los debates que llegan en los últimos años del ámbito universitario afectan a la aplicación de la reforma laboral, el impacto de la nueva Ley Orgánica del Sistema Universitario y, en particular, los puntos que han sido más discutidos son los de la estructura de gobierno de la Universidad y la forma y criterios para acceder al Rectorado.

Que el gobierno universitario sea abigarrado no hay más que examinar Departamentos -con su Consejo y su Dirección-, Institutos de investigación -con su Consejo y su Dirección- Facultades -con su junta y su decanato-, Consejo de gobierno, Consejo social, Claustro, Comité de dirección y Rectorado.

Sin duda, se trata de una estructura compleja y robusta de resistencia al cambio, incluso cuando el cambio es sólo para reducir el número de departamentos, institutos o facultades porque no son necesarios tantos por un mero problema funcional y de número de cargos académicos. Un ejemplo suele venir bien: en la UCM hay 27 Facultades, en Harvard 14. La resistencia al cambio funciona tan bien que, de hecho, el Ministro Subirats tuvo que ceder en algunos elementos. Sin duda es un factor para que no cambien las cosas en el ámbito universitario.

Pero, en relación con lo que plantean las dos noticias del comienzo de esta entrada, el problema no está solo ahí. ¿Disponemos de suficientes instalaciones? ¿Prestamos los servicios que se requieren en el siglo XXI? Y pongo un ejemplo  ¿es normal que la biblioteca de la Universidad Complutense esté cerrada porque sea fiesta en Madrid? ¿O que haya un amplio periodo de cierre en el mes de agosto? En Harvard eso no pasa. ¿Sabemos cómo enseñar y cómo dirigirnos al estudiante para que tenga los conocimientos necesarios? ¿Cuántos cursos de reciclaje docente hay? ¿Nos siguen gustando las clases teóricas en las que exponemos con detalle diversas concepciones que los estudiantes ni valoran ni tienen porque valorar, ya que son conocimientos de otros tipos de estudio, sobre todo de doctorado? ¿Qué porcentaje de conocimientos prácticos proporcionamos en ciencias sociales y jurídicas? ¿Hemos adaptado los programas y contenidos a Bolonia o seguimos con la estructura docente de planes de estudio anteriores y que tenemos que explicar en menos tiempo? Y ¿tenemos suficiente dedicación a la docencia o revive lo de la jodidita hora de clase que tanto furor hizo hace años? Y si el lector forma parte del profesorado, que no se haga trampas al solitario.

Es cierto que la reducción del presupuesto que ha habido desde la crisis de 2008 ha hecho mella en el ámbito universitario y ha favorecido, de forma indirecta, la eclosión de las Universidades privadas, amén de que el número también haya crecido de forma considerable, en algunos casos de manera poco razonable, por el apoyo indirecto de la administración autonómica, como ha ocurrido especialmente en la Comunidad de Madrid.

Tomemos un dato: de los 1900 millones de dólares de la Universidad de California en Berkeley en el curso 2006/07, han pasado a 3100 millones en el curso 2021/22. Cito esta Universidad como Universidad pública, ya que, si hablara de Harvard, hablaríamos de más de 5000 millones de presupuesto. El Presupuesto de la UCM para 2024 es de 634 millones de euros; inferior al que hubo en 2009 de más de 660 millones de euros. Este es el interés que hay en España por la Universidad pública.

Pero el dinero también hay que buscarlo y encontrarlo, y eso es posible con una forma diferente de gobernar. Porque si no hacemos esta búsqueda de recursos, sólo nos quedará lamentarnos con la frase del antiguo Rector de Harvard Dereck Bock de que “si crees que la educación es cara, prueba con la ignorancia”, que es una gran realidad. Y así no se puede gobernar una Universidad pública.

Pero no sólo es una cuestión de dinero, sino también de que las autoridades académicas y el profesorado seamos conscientes de cuál es el papel de los estudios universitarios en la sociedad; de cómo tenemos que hacer la docencia atractiva y los estudios adecuados a lo que pide el mercado de trabajo. ¿Se ha hecho algún estudio sobre cómo nos ven fuera del ámbito universitario público? ¿Se es consciente de que nos perciben como un grupo de teóricos, con mucho ego, desconectados de la realidad? ¿Qué hacemos para incrementar el prestigio de nuestras Universidades y para que proporcionemos la formación que requiere la sociedad?

Estoy seguro de que otra Universidad Pública es posible. Pero es una tarea colectiva en la que tenemos que poner el empeño la comunidad universitaria en su conjunto. Mientras no demos un impulso nuevo a cómo gobernamos la Universidad, cómo generamos conciencia de lo que espera la sociedad de nosotros, de cómo estimulamos conciencias, seguiremos como el tango, cuesta abajo en la rodada. Y esto es más temprano que tarde.

Los toques de tradición que proporcionan el Gaudeamus Igitur, los maceros, las mucetas, birretes, puñetas y togas, están bien (o no) para actos académicos de apertura de curso o de santo Tomás de Aquino. Si seguimos pensando, acríticamente, en que todo está bien, que con la etiqueta de Universidad clásica, con historia, es suficiente; iremos a un suicidio colectivo, ya que el aggiornamiento es una necesidad para adaptarnos a los requerimientos de la sociedad.