Anoche se celebró el segundo de los tres debates entre Obama y Romney. Un debate muy diferente al de hace diez días. De entrada un formato, que recuerda al de aquél programa de televisión “tengo una pregunta para usted”; que favoreció la agilidad del debate. Es interesante la lectura del Memorandum of Understanding que se ha filtrado sobre las condiciones de los debates para ver cómo se planifica en un país que está muy entrenado en este tipo de eventos… que requieren al mismo tiempo ciudadanos que estén en condiciones de seguirlas. Conviene reseñar, en todo caso, que anoche fue la primera ocasión en la que un debate de política general entre candidatos a la Presidencia fue moderado por una mujer: Candy Crowley.
El debate forma parte también del show televisivo y por ello es un espectáculo televisivo comparable al agotador pre y post partido de uno de los Madrid-Barça como el que se celebró hace una semana. Si el debate nos hace más ciudadanos porque pone al candidato vestido sólo con sus propuestas ante la opinión pública, las tertulias posteriores lo banaliza, volviendo a colocarnos como meros espectadores de una discusión ajena.
Si hace diez días Romney estuvo en su papel de aspirante conservador hoy no supo mantener el impulso y estuvo en mi opinión superado por el Presidente. Su incisivo discurso de hace una semana -que era lógico teniendo en cuenta la desventaja- tiene un recorrido tan corto como la parte del proyecto que ha presentado ante la opinión pública. O es muy pobre o hay programa oculto o las dos cosas. Y contradictorio. En mi opinión, es un discurso insostenible social, económica y ambientalmente; optando por desregular y quitar poder a la Federación para dárselo a los Estados.
Y Obama tuvo hoy un modelo que le resulta más cómodo. Si en el primer debate se le acusó de que estuvo sosegado, acaso demasiado (alguno diría que le “faltó sangre en las venas”), hoy estuvo muy incisivo en la exteriorización de la contradicción de las políticas republicanas, de la situación de Romney -con su ofensiva, para su altísimo nivel de renta, presión fiscal del 13% y sus inversiones en China- y supo defender los grandes compromisos cumplidos. Y volvió a recordar que si estamos donde estamos es gracias a unas políticas, las de la época de Bush, que son parecidas a las que quiere implantar Romney, más allá de las diferencias que éste quiso mostrar. Es llamativo cómo allá y acá los aspirantes conservadores han intentado que no se hable de la crisis como detonante de los problemas actuales.
Después de los tres debates que se han celebrado (2 entre candidatos a presidente y 1 entre candidatos a Vicepresidente), falta otro que se celebrará el próximo lunes. Desde esta perspectiva, la calidad democrática que se deja traslucir de los debates haría ver que nos superan muchísimo; sobre todo viendo el desapego que tiene la derecha en participar en los de la Presidencia del Gobierno (¿por qué hubo sólo uno en noviembre de 2011?) o los problemas que ocasionalmente surgen como el más reciente hace pocos días que provocó la intervención de la Junta Electoral Central.
Si en esto nos ganan de calle ¿qué ocurre en lo demás? ¿es tan perfecto el sistema electoral estadounidense? Porque resulta curioso que el candidato preferido de negros, hispanos y mujeres (Obama) tenga posibilidades de perder. Eso es que el sistema tiene fallas, algunas de ellas muy importantes.
La primera es la exigencia de inscripción. Sí, para poder votar hay que inscribirse de forma previa para estar en el censo. Se trata de una medida que tenía su sentido en el origen -cuando votaban sólo los que tenían un determinado nivel de renta- pero que hoy carece de fundamento pero que no se discute. Y viendo la distribución de los puestos de registro, supone una desventaja para el candidato de las clases más populares. Un dato, en las últimas elecciones votaron sólo 130.000.000 de personas, 1/3 de la población estimada -ya que no hay datos fiables-. Fue considerado un éxito y de hecho, sobre censo, participó un 60%.
Segundo, el propio sistema electoral. Como es conocido, el próximo 6 de noviembre se elegirán los representantes de los Estados en el colegio que elegirá al presidente el lunes siguiente al segundo miércoles en diciembre. De nuevo estaba justificado en el origen -1804- pero ahora, cuando se sigue eligiendo un Presidente que no precisa la ratificación del Parlamento, parece poco razonable que sólo 538 personas sean las que lo elijan.
Más aún si tenemos en cuenta que todos los representantes de cada uno de los Estados son para el candidato que ha sacado mayor número de votos. Con ello, se distorsiona la representatividad del sistema, y se aleja a la ciudadanía del voto al dejar carente de interés las elecciones en la mayor parte de los Estados -salvo los 5 o 6 Estados en los que la diferencia es corta y puede cambiar de signo político-.
Todo lo cual puede producir el efecto de las elecciones del año 2000: Al Gore sacó más votos que G.W. Bush y sin embargo no ganó las elecciones. Los cerca de 3 millones de votos de Ralph Nader (3% de los votos, aproximadamente) quedaron literalmente en el limbo.
Tercero, la organización electoral. No son elecciones organizadas por la Federación sino por cada uno de los Estados. Ni papeletas, ni formas de recuento, ni organización de las elecciones son realizadas por Washington, con los problemas que ello conlleva. Algo que entre nosotros sería impensable. Alguno pensará que es inocuo.
Sin embargo, si se leen los hechos de la (vergonzosa) sentencia del Tribunal Supremo Bush v. Gore sobre el escrutinio de las elecciones en Florida en el año 2000 se verá que no es así. Unas máquinas antiguas, unas papeletas distorsionadoras del voto, unos mecanismos de recuento con un alto porcentaje de error y una falta de voluntad de control por parte de los órganos judiciales (incluido el propio Tribunal Supremo) hicieron que Bush ganara en dicho Estado a pesar de que había claros indicios de que debía haber sido Gore el que resultara ganador. Como guinda de todo lo anterior, Jeb Bush era Gobernador de Florida en 2000. Las consecuencias de todo aquello las recordamos todos.
Por tanto, no es oro todo lo que reluce. Aunque sí hay algo que trasciende a los EE.UU.: las consecuencias del sistema electoral. Este es un punto en el que desde la izquierda española tendría que dar un salto adelante de forma conjunta.
En nuestro país, un sistema claramente mayoritario, favorece al más mayoritario de los dos grandes partidos, ya que el PP aglutina el voto conservador mientras que el PSOE no lo hace con el de la izquierda, por razones ideológicas entendibles. Todo ello en detrimento de la calidad democrática, aspecto éste que en las dos últimas legislaturas debiera hacerse modificado. El planteamiento de la lista nacional con los restos de todas las circunscripciones sin representación es una excelente idea en la que habría que progresar.
De igual manera que se debiera haber introducido alguna corrección en cuanto a los debates electorales entre los partidos, para que no ocurra lo de las últimas elecciones, que también perjudicó a las opciones de izquierda. Y qué decir de los empeños en reducir los canales de participación en la vida pública, ya sea desde la perspectiva salarial que impulsa Cospedal -la política sólo para ricas como ella- o la restricción de los derechos de reunión y manifestación o el papel que toman los medios de comunicación públicos.
Todo lo cual sirve para encubrir lo esencial: que las formas de la política son importantes porque son lo que dan cobertura al contenido de la política. Y sin calidad democrática todos quedamos damnificados. A las pruebas de lo ocurrido desde las últimas elecciones me remito.