Tenía 86 años y la suya ha sido una vida verdaderamente aprovechada: sus numerosas publicaciones son de referencia obligatoria. Cuatro de ellas merecen destacarse ahora.
La primera (en el tiempo y no sólo) fue su libro “Andalucía, historia de un pueblo”, de 1982. La fecha, la de aprobación del primer Estatuto de Autonomía, lo dice todo. El Art. 2 de la Constitución de 1978 consagra una nación plural –sí, con nacionalidades y regiones-, pero no dedica el mismo énfasis a proclamar que cada uno de esos territorios es, a su vez, internamente muy diverso. En lo que hace a Andalucía, sucede que cada una de las ocho provincias surgidas de la división de Javier de Burgos en 1833 es de su padre y de su madre, como suele decirse. Y eso sin contar con que, en las cinco de ellas que tienen fachada al mar, se muestran muy diferentes el litoral y el interior. A lo que hay que añadir que el este –Almería, tierra mediterránea de levante- presenta hechuras poco homogéneas con Huelva, la antigua Tartessos, por ir al otro lado del arco geográfico. Cuenca Toribio, nacido en Sevilla aunque de origen jienense y residente en Córdoba, supo recoger toda esa pluralidad –que también tiene su presencia en los dialectos, como puso de relieve Manuel Alvar- para elaborar sus teorías. Un diez.
También debe mencionarse su discurso de ingreso en la Real Academia de Doctores de España, en enero de 2016, igualmente con objeto en los andaluces, aunque ahora los que se trasladaron a Madrid en el primer tercio del siglo XX y –punto crucial- eran intelectuales. O sea, no la típica inmigración masiva y por razones económicas, al modo de la que se dirigió a Cataluña. En el análisis de Cuenca nos encontramos, como no, con los nombres de granadinos como Lorca y Ayala y sevillanos como los hermanos Machado, por citar sólo los más notorios.
Tercero, y entre medio, su libro de 1995, “Parlamentarismo y antiparlamentarismo en España”. Un trabajo a caballo de la historia de las ideas políticas, la historia de las mentalidades y la sociología de las personas que se dedicaban a ese oficio. El Congreso de los Diputados se honra en tenerlo entre sus colecciones.
Y, en cuarto lugar, aunque no el menos importante ni el último en lo cronológico, su Historia de la Segunda Guerra Mundial, con primera edición en 1988 y segunda hace muy poco, en 2023. Es raro que los investigadores españoles se lancen a esas aventuras foráneas, pero nuestro hombre –en la estela de Jesús Pabón, al que está dedicado el libro- lo hizo y muy bien. Particular interés dentro del trabajo merece por cierto el análisis de la Francia ocupada, con los colaboracionistas y los resistentes (muchos de ellos, españoles del PCE), es decir, la de la guerra civil –porque lo fue- de 1940 a 1944. Y también de después, la de la época que se conoce como la liberación.
La selección y glosa de publicaciones podría seguir, pero no hace falta porque los datos están al alcance de todos con solo pinchar la tecla de google. Ahora sólo procede añadir, ya en el plano personal, que era un hombre apasionado por el saber, enormemente ecuánime en sus juicios ideológicos (los debates polarizados de las leyes de memoria de 2007 y 2022 le resultaban ajenos, cuando no odiosos) y, por encima de todo, de una educación exquisita. Se le va a echar mucho de menos.
Antonio Jiménez-Blanco Carrillo de Albornoz
11 de noviembre de 2025, día del armisticio de 1918.
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