Otto Koenig, 70 años

A mucha gente no les dirá nada el nombre de Otto Koenig ni tampoco el de su mujer, Emma, porque no forman parte del famoseo ni gozan de la calificación de influencers. Pero lo cierto es que son gente muy relevante: Otto es un diplomático alemán que estuvo presente en España en los años finales del siglo XX, hace unos treinta años, donde dejó una estela imborrable (y no lo tuvo fácil, porque debió emplearse a fondo para minimizar las consecuencias del mal desempeño de quien hasta 1992 había sido el Embajador) e hizo buenos amigos, como los dos Abogados que firman estas líneas. Luego, ya con el máximo rango, dirigió la legación germana en varios países latinoamericanos, para terminar su carrera en el servicio exterior de la Unión Europea, en concreto en Uruguay. Ahora, ya jubilado, vive en Kleinmachow, un pequeño pueblo junto a Berlín.

La ocasión de estas líneas viene porque, para celebrar su aniversario, tuvo la feliz idea de emplazar para el 1 de agosto a sus amigos del mundo entero y no precisamente en cualquier sitio: en un club náutico de los lagos del suroeste de la capital alemana, en el que después de la última reforma administrativa, es el distrito de Steglitz-Zenlendorf. Una llamada que fue todo un exitazo, porque hasta allí se habían desplazado personas desde, por ejemplo, la lejanísima Nicaragua. Y eso sin contar con los Embajadores de algunos de esos países -por ejemplo, Perú y Uruguay- ante la ciudad de la puerta de Brandenburgo. Un grupo de sesenta personas, que se dice pronto. No se ponen aquí los nombres propios por respeto a los datos personales, pero la verdad es que hay que tener una gran capacidad de convocatoria para juntar a ese número de gente (el 1 de agosto, se insiste) y además de una proveniencia geográfica y unos rasgos culturales e idiomáticos de tanta diversidad.

Fue un privilegio estar en la lista de los llamados y un lujazohaber tenido la ocasión de ir, aunque sólo fuese porque esazona de la ciudad de Berlín, a menos de 20 kilómetros del centro, no suele figurar en las rutas turísticas y es preciosa, por su naturaleza -los lagos- y también por su arquitectura, casi toda de viviendas unifamiliares o al menos de baja densidad edificatoria. Claro que si Otto y Emma gozan de ese predicamento en el mundo entero es por algo: se lo han ganado a lo largo de muchísimo tiempo. Uno se imagina a los diplomáticos como gente estirada, de esos con los que nos topamos en un cocktail sin atreverse a otra cosa que no sea un intercambio de palabras convencionales: la banalidad típica de esas circunstancias.

No es el caso, porque estamos ante personas leídas -toda una gozada como interlocutores- y también locuaces, con las que se puede disertar de cualquier cosa y desde no importa qué punto de vista ideológico. En estos tiempos de polarización -no sólo en España-, toda una oportunidad que no hay que perderse por nada del mundo.

 

Dr. Guillermo Frühbeck Olmedo

Dr. Antonio Jiménez-Blanco