El fútbol lleva aparejado el problema del VAR. La celebración de una nueva jornada de fútbol, ya sea en las competiciones nacionales de Liga o Copa, o internacionales, ya sea Champions o un Mundial, hace que se llenen las páginas de la prensa deportiva y general de debates apasionados sobre el VAR, el Video Asistant Referee, y los errores que ha podido provocar o cuándo debió intervenir y no lo hizo. Lo ocurrido la semana pasada con el gol anulado a Marco Asensio contra el Barcelona y la jugada inmediatamente posterior en la que el Madrid encajó el gol de la derrota constituyen ejemplos suficientemente claros de la polémica que acompaña al VAR y al arbitraje. De hecho, la prensa deportiva publica dos clasificaciones, la real y la de “sin VAR”, para terminar de acrecentar la polémica. Pero recordemos que errores arbitrales hicieron que Inglaterra ganara el Mundial de 1966 o que el gol fantasma de Míchel subiera al marcador. Un problema de siempre y para siempre.

Una polémica que, avanzo, es irresoluble.

Con el VAR, lo que se busca es que haya una revisión externa e interna de aquellas jugadas conflictivas. Revisión que, como es conocido, se desarrollará a través de repeticiones variadas de la jugada utilizando alta tecnología para ayudar al árbitro que está en el campo a decidir. Quien arbitre verá cuantas veces quiera la jugada hasta hacerse una idea de qué ocurrió realmente y adoptar la solución adecuada.

Las quejas vienen porque, por un lado, hay diferencias de criterio en el momento del uso y, en segundo lugar, porque las hay en la aplicación de los criterios que determinan una infracción. Y uno y otro son problemas irresolubles.

El VAR, de entrada, es limitado. El número de jugadas que puede examinar es reducido, algo que, por otra parte, resulta lógico para que se mantenga la continuidad en el partido. Sólo examinará para revisar goles en donde haya podido haber infracciones, penalties, tarjetas rojas y problemas de confusión de identidades. Esta primera restricción ya marca un primer punto de fricción: hasta dónde se extiende, por ejemplo, la jugada que termine en gol y en donde se puede haber producido una falta.

De hecho, si leemos las reglas de la FIFA veremos que señalan que es un instrumento en el que “el árbitro informa a los asistentes de vídeo, o los asistentes de vídeo recomiendan al árbitro que se revise una decisión o incidencia”. Dicho con otras palabras, sólo funciona el VAR si el árbitro duda. Algo que contrasta con lo que ocurre en el baloncesto o el tenis, que permiten a los jugadores reclamar el uso de las imágenes para revisar la solución adoptada (y en donde las consecuencias de hacer una tacha y reclamar el “VAR” hacen que su uso sea muy razonable).

Es una regla que puede ser discutible pero que es razonable, aunque la del tenis y el baloncesto puede ser más adecuada. No hay norma alguna que pueda crear un mecanismo automático de apertura del VAR que discrimine con precisión cuándo se debe utilizar y cuándo no. Puede haber una recomendación de que se haga, pero será el árbitro el que lo decida, porque es él el que tiene elementos suficientes. El se habrá dado cuenta de si su ubicación era la mejor para tener una visión razonable y verá si le faltan elementos de juicio.

Pero lo más relevante es cómo están configuradas las normas y qué es lo que ha de hacer el juzgador, el arbitro.

De las extensas y minuciosas reglas que están recogidas en el reglamento de fútbol hay algunas que necesariamente requieren una valoración por parte del árbitro. Pensemos en las reglas del fuera de juego, yendo más allá, cuándo se puede considerar “fuera de juego posicional”. La pierna sí juega para el fuera de juego y el brazo no… una cauística compleja que se complica más cuando se desarrolla en un terreno de juego y ni siquiera la abundancia de cámaras actual permite ir en paralelo al penúltimo defensor (el último se supone que es el portero) en todas las circunstancias.

A partir de este punto, nos encontramos con dos problemas: la calidad técnica del VAR y la calidad técnica de los árbitros.

Frente a la precisión que marca el denominado “ojo de halcón” en el tenis -ciertamente más fácil en el juicio que ha de hacerse-, nos encontramos con que la técnica en el VAR resulta mucho más rudimentaria. No hay más que observar las paralelas que trazaron, con escasa precisión, los árbitros del VAR en la jugada del Barcelona-Real Madrid citada al comienzo de este Post. Un análisis posterior determinó que el plano utilizado no era el correcto. Si se hubieran hecho los análisis correctos y se hubieran trazado las paralelas adecuadas en el momento del impacto con el balón, el resultado (fuera de juego) no hubiera cambiado, pero demuestran lo poco acertados que estuvieron haciendo su estudio.

La calidad de los árbitros, al menos en la Liga va como el tango, cuesta abajo en la rodada. Y esto determina que la calidad de los juicios sea susceptible de crítica. Y ello sin necesidad de recordar el contexto del Barçagate y los pagos denunciados por los medios de comunicación a Enríquez Negreira.

Lo que se pretende enfáticamente desde los carruseles deportivos o desde los comentarios de la prensa deportiva o en las declaraciones de los participantes es una quimera. No hay posibilidad de objetivizarlo todo de tal manera que se elimine el error arbitral.

En el fondo, los problemas del arbitraje, y con ellos los del VAR, son similares a los de la aplicación de la justicia en los tribunales y en las decisiones administrativas: el error es algo consustancial a la vida y, por ello, a la aplicación de las normas. La visión de los hechos siempre está distorsionada y las normas tienen ámbitos de discrecionalidad. Todos recordamos aquel gol que pasó por debajo del cuerpo del portero de forma inexplicable o aquél delantero que marró el disparo a puerta vacía. Pues igual les pasa a los árbitros: ponderan mal y se equivocan.

Articular las reglas del juego supone que para el conflicto hay que dotar un instrumento de resolución. El árbitro. Y en este caso, más allá de la discusión en el café del lunes por la mañana, hay que reconocer que el árbitro tiene razón, no porque tenga razón sino porque es el último que habla.

Lo único que debemos exigir es que mejoren la calidad técnica media del arbitraje, tanto la del VAR como la del árbitro de cancha. Mientras esto no sea así, pondremos al VAR (al árbitro del VAR, en realidad) y al árbitro como vehículo para solucionar la frustración por el resultado adverso. Siendo profesionales, pretendiendo la LIGA ser una de las mejores del mundo, es, por otra parte, una obligación tener unos juzgadores de buena calidad.