La decisión del presidente de los EE.UU., Donald Trump, de trasladar la embajada estadounidense en Israel a Jerusalén y reconocer, en consecuencia, que dicha ciudad es la capital de Israel constituye un acto de indudable transcendencia para la paz en Oriente Próximo. Y todo ello a pesar de que fuera una propuesta que tenía en la campaña electoral y de que su vinculación con ciertos círculos del lobby judío hacía previsible que se ejecutara. Es, tal como recordaba Luz Gómez en El País, la continuación de las 67 palabras de la Declaración Balfour, de apoyo británico al proyecto sionista.

La decisión constituye pasar por encima de una ilegalidad: la aceptación de que todo Jerusalén es territorio israelita. Es una idea que ha sido recalcada por laResolución 478 del Consejo de Seguridad de la ONU, que  condenó la ley israelí que decretó la anexión de Jerusalén Oriental en 1980. En efecto, todo apartamiento de la línea verde de paz trazada en 1967 entrañaba, de hecho, una anexión de parte del territorio palestino y afectaba, además, a la vida de diversas comunidades, que quedaban separadas de su entorno. Hoy todo Jerusalén está ilegalmente bajo dominio de Israel y las consecuencias son dramáticas desde todo punto de vista, geopolíticas y humanas.

En segundo lugar, desde un punto de vista geopolítico, la decisión norteamericana de avalar un hecho ilícito como es la ocupación israelí de Jerusalén constituye un freno casi irreparable para articular una paz duradera en Oriente Próximo, pues éste debe concluir con el establecimiento de unas fronteras convenidas y seguras entre Israel y el futuro Estado palestino. A cuyo fin ha de lograrse el cumplimiento de la hoja de ruta firmada por las partes en 1993 para alcanzar  una solución definitiva, justa y negociada, con base en los principios de las resoluciones 242 y 338, 1397 y 1515 del Consejo de Seguridad de la ONU) y en el de “tierra a cambio de paz”. Recordemos que en aquel momento Israel se comprometió a decidir el futuro de Jerusalén en el marco de los acuerdos de paz. Entonces el rey de Jordania recordaba que el status jurídico de Jerusalén es “crucial para llegar a la paz y a la estabilidad en la región y en el mundo”.

Como consecuencia de lo anterior, éste es el marco de la negociación aceptado por la Comunidad Internacional y que puede permitir tanto la creación de un Estado palestino (viable, pacífico y soberano) como la seguridad de Israel, que no es otra que la que se deriva de la paz con sus vecinos. Y esto es lo que Trump liquidó ayer, junto con el papel mediador de los EE.UU. en la región.

Roberto Mesa publicó un libro en 1994, Palestina y la Paz en Oriente Medio, cuyo mismo título expresa una idea que se reitera en sus párrafos finales: que el examen de los hechos, desde 1947 hasta los acuerdos de 1993, confirma “que el corazón de Oriente Medio era y es Palestina”. Lo que supone, como agrega seguidamente, que en las múltiples acciones de estados e instancias internacionales en ese periodo existe otra constante: que “la solución justa y duradera pasa indefectiblemente por una solución global para toda la región, para todo el Oriente Medio”, y su punto central es el arreglo de la cuestión palestina y las relaciones de un Estado palestino con el Estado de Israel.

En tercer lugar, supone despreciar (porque estoy seguro que Trump la conoce perfectamente) la situación de los palestinos en Jerusalén. Es una situación dramática que provocó un informe de la Economic and Social Commission for Western Asia de la Organización para las Naciones Unidas, titulado “Israeli Practices towards the Palestinian People and the Question of ‘Apartheid’“, en donde analiza las condiciones de vida en Israel y los territorios ocupados del pueblo palestino. El informe concluye que “Israel ha instaurado un régimen de apartheid que domina al pueblo palestino en su conjunto”.

Sucintamente, se puede resumir en que Israel ha creado un ordenamiento jurídico que se aplica a los 300.000 palestinos que viven en la ciudad de Jerusalén y que permite la expulsión de sus hogares y la discriminación en el acceso a la educación, la salud, empleo, residencia y  vivienda. Asimismo, la configuración de las áreas palestinas minusvalora el peso de su población a los efectos electorales y les impide articular una lucha política contra esta situación.

En cuarto lugar, la reunión de la Liga Arabe del próximo sábado puede ser un buen botón de muestra del apoyo palestino, aunque los indicios no son muy alaguüeños en el marco de las tensiones internas que tiene el mundo árabe.

En quinto lugar, conviene plantearse qué ha hecho Europa sobre esta cuestión. No es un problema teórico sino práctico, ya que la responsabilidad es de todos y para todos y no sólo de las partes en conflicto. Salvo error por mi parte, sólo el Gobierno francés se ha pronunciado radicalmente en contra. Sólo una posición europea fuerte puede servir de contrapeso al apoyo estadounidense a Israel. Esta posición contrasta con el hecho de que la Unión Europea es el mayor donante en Palestina, pues su ayuda representa el 60% de la que reciben y está destinada a la Autoridad Palestina, a la reconstrucción económica y -a través de una agencia de Naciones Unidas- a los refugiados palestinos, más de tres millones de personas en penosas condiciones.

Es difícil pensar que tras los estadounidenses no haya más países que trasladen su embajada a Jerusalén. Esperemos que España no se encuentre entre ellos. Con ello, pese a la ilegalidad que supone que todo el territorio de la ciudad esté bajo poder israelí, de facto acabará siendo la capital de Israel. Esta no es sólo una batalla religiosa, sino de control del territorio, y da la sensación de que Israel está un paso más cerca de ganarla con el efecto integrado del respaldo estadounidense, el muro que se ha venido construyendo y una política agresiva de asentamientos desde 1979. La capital convivirá con una situación de apartheid e ilegalidad internacional.

Hamás ha llamado a la tercera intifada. Es la misma reacción tras el abandono del proceso de paz por Israel en los años 90 del siglo pasado. En aquel momento presenciamos, como reacción, el segundo levantamiento del pueblo palestino, la intifada de la Plaza de las Mezquitas. Y más tarde, con horror, la violenta represión del Ejército israelí y su cortejo de muertes en tantos lugares de Gaza y Cisjordania. Lamentablemente, parece que la historia se repetirá.

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