Libertad de expresión radical o falsa libertad de expresión
Donald Trump ya es, de nuevo, Presidente de los Estados Unidos. En una ceremonia peculiar, celebrada después de su toma de posesión, tomó sus primeras decisiones que se pueden denominar como las del cubata. Todo aquello que prometió cuál cuñado en la cena de Nochevieja. Graves, pero que tienen que llevar a la práctica. Gobernar va bastante más allá de lo ocurrido ayer y, por ello, habrá que estar expectantes para ver hasta donde llega ya que la mayor parte de lo firmado ayer necesita arbitrar normas para las que se da un plazo más o menos largo. En todo caso, pasar de las musas al teatro no es fácil, aunque avisados estamos de que no es bueno. Si quieren leerlas, están aquí.
No obstante, la toma de posesión de Trump y el acto de ayer no es el objeto de esta entrada.
Uno de los elementos con los que ha contado es con el apoyo de las tecnológicas, Musk y Bezos inicialmente y después Zuckerberg. X, Amazon y Meta (Facebook, Instagram y WhatsApp). La libertad de expresión como lema. Eliminar la censura y dejar el libre devenir de las ideas en un mundo virtual libre. De hecho, la idea fuerza de la que vienen hablando es “libertad de expresión radical”, para lo que no se pueden imponer restricciones.
¿De verdad alguien se lo cree? El problema de las redes sociales mayoritarias es que ese libre devenir de las ideas no se existe. El problema se reduce a esta cuestión: escriba, escriba, que ya verá el algoritmo cuánto le leen. Y recuerdo que Twitter modificó recientemente el algoritmo para que se visualizaran más determinados mensajes. El sesgo del algoritmo, que tiene elementos de contenido y otros de lenguaje, que son los que les hacen alcanzar la vitalidad.
El problema se extiende a las búsquedas. En efecto, el gran inconveniente de los buscadores mayoritarios (empezando por Google) es que es el algoritmo quien decide en qué lugar se coloca una entrada. Un algoritmo que se basa en reglas desconocidas y que provoca variaciones en la posición del medio, de la entrada; que te sanciona sin ser oído o que te obliga a una actividad de SEO realmente compleja.
O dicho de otro modo, no es que quieran eliminar la censura previa, es que quieren establecer su propia censura a través de las dificultades de acceso a la información y documentación.
Ahí está el problema. Ahí radica la fortaleza del poder digital. Y ahí es donde se produce la desigualdad en la guerra cultural que se va a recrudecer en los próximos años.
La Comisión europea, consciente de los posibles abusos de una de las redes sociales, X, remitió un requerimiento antes del verano pasado. Un requerimiento anterior, por tanto, a la última variación del algoritmo para favorecer los mensajes sesgados hacia la derecha. Ojo, primero fue Trump. Luego ha participado en el debate electoral alemán. ¿Quién vendrá después? Recientemente, un grupo de parlamentarios europeos ha pedido a la Comisión que incremente su presión para que X vuelva a ser neutral.
La lentitud de las autoridades europeas en la aplicación de la ley de servicios digitales ha hecho que los problemas se multipliquen.
Ahora bien, la cuestión no radica sólo en este punto del control. Europa ha desistido hasta ahora de tener instrumentos propios que den respuesta a la comunicación. No hay un buscador europeo. Tampoco existe una red social europea. Las principales plataformas de contenido (Netflix, Prime, Max…) tienen origen estadounidense. O dicho de otro modo, sus valores tendrán un peso preponderante.
Mientras esto ocurra, teniendo en cuenta que X, Facebook, Instagram, Amazon y todas las demás están sometidos a la legislación estadounidense, Europa está en desventaja. Aquí también.